
Según la tradición, “el Diablo tiene las mejores músicas”. Cualquiera que sea el nombre que lleve o la forma que adopte, el Diablo ha explotado o apreciado siempre el poder de la música, tanto para su propio placer como a modo de instrumento de seducción y dominio de las almas. Para no perdernos enseguida en los tenebrosos laberintos de la demonología, podemos llamar simplemente “Diablo” a todo cuanto sirve al Mal: Satanás, “el Adversario”, “el Padre de la mentira”, “la Serpiente antigua”; Lucifer, el más hermoso de los ángeles, el cabecilla de la rebelión, arrojado al abismo infernal por el arcángel Miguel; Belcebú, príncipe de los demonios; Astarot, gran duque del Averno; Mefistófeles, uno de los señores más importantes del Infierno; Belial, demonio cuya apariencia seductora esconde su horrenda naturaleza; y una infinidad de demonios y monstuos, brujas y brujos.
Sin embargo, las informaciones de que disponemos sobre la música del Diablo están lejos de coincidir. Para algunos, se trata de un “estruendo diabólico”, efectos cacofónicos ideados para aterrorizar a las desdichadas víctimas en el abismo del Infierno. En la introducción a un tratado escrito en 1619, Michael Praetorius nos da una descripción precisa:
Esa triste y aterradora música de los dolorosos gritos del coro incandescente del Infierno, que relincha y aúlla, maulla y grazna con el rechinar de dientes.
http://sonicando.com/?p=858
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